Detenerse a escuchar y atender al cuerpo es importante. Nos perderíamos algo de Dios si no lo hiciéramos, pues el hecho de haber salido de las manos de Dios convierte al cuerpo en una realidad enormemente valiosa, cargada de dignidad. Además, al Señor ni siquiera le pareció innoble el polvo de la tierra para formarnos e insuflar ahí el aliento de vida (Gén 2,7). Una materia respetable para alojar y conformar al ser humano, su ser más preciado. Y el hecho de haberlo tomado para sí, en la Encarnación, lo llena de trascendencia. La corporalidad nos ayuda, por tanto, a conocernos, a saber quiénes somos y de dónde venimos, y a identificar el rastro del Espíritu de Dios. López Guzmán, desde una mirada laica y un profundo conocimiento de la teología, explica y aclara la controvertida relación entre cuerpo y alma.