La desnudez siempre ha sido una realidad inquietante. Atrae y descoloca a la vez. Despierta sentimientos contradictorios difíciles de manejar: deseo, admiración, vergüenza, pudor... Caer en la cuenta de que los momentos más significativos de la vida de Jesús (el Nacimiento, el Bautismo, la Muerte y la Resurrección) están marcados por ella nos da una clave novedosa y sorprendente -mucho más que una metáfora de su existencia- que puede cambiar nuestra manera de mirarlo.
El lema clásico, "seguir desnudo al Desnudo", no ha perdido hoy vigencia ni vigor. La desnudez, por lo que significa de transparencia, pobreza y sencillez, es inspiración de la Vida Consagrada, y no menos debe serlo de la del laico. Merece la pena fijar una y otra vez los ojos en Cristo desnudo, aunque no captemos cada vez más que un pequeño matiz. Es ahí donde podemos descubrir la historia ilusionante y esperanzadora escrita por Dios con amor infinito para encontrarse con el hombre y darse a conocer tal como es.