Paciencia y perseverancia son los rostros de la esperanza, los pies sobre los que la esperanza avanza por nuestros caminos. Va poco a poco, sin prisa. Abriéndose paso, superando los obstáculos. La esperanza planta semillas a su paso, aunque quizá no las vea germinar jamás. Es capaz de curar el sufrimiento de quien ha sido herido y levantar a quien ha caído por el cansancio. Y con sus ojos límpidos puede ver más allá de lo posible y hacernos el regalo de los nuevos comienzos.
«La esperanza camina a pie y dispone de tiempo de sobra, que perder. Tiempo para escuchar y para hacer se cercana, para demorarse, dispuesta a acabar con los programas y hojas de ruta. Y nos recuerda que merece la pena, siempre, y que el pan más rico es el que hemos sabido compartir».