A veces nos imaginamos que Dios está lejos, en un
paraíso remoto y ajeno a nosotros. Pero el Dios de Jesús
está en la tierra, es un «Dios de tierra». No es un dios
lejano y aislado del mundo en el confort privado de su
bienestar personal.
Más allá de las representaciones que nos hacemos de
Él y de los ídolos de barro que nos fabricamos continuamente
para intentar poseerlo en vano, la pregunta
siempre es la misma: «¿Dónde está Dios para mí?».