Lo mejor que el creyente tiene se lo debe a Jesucristo, que le ha revelado y testimoniado la experiencia trinitaria. Guardar fidelidad a esta experiencia significa dejarse amar por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y, al mismo tiempo, estar dispuestos a amar a nuestros semejantes, teniendo a las Tres Divinas Personas como permanente modelo a seguir. Nada llena más la existencia cristiana que el diálogo amoroso con el Padre, siguiendo el ejemplo del Hijo y dejándonos inspirar por el Espíritu Santo mediante la puesta en práctica de la filiación y la fraternidad. Conformar así nuestro ser y quehacer en la Iglesia y en la sociedad lleva consigo haber elegido pertenecer a la Familia de los hijos y hermanos del Reino y haber encontrado el tesoro que da sentido a nuestra vida. Apostar por el Dios Trino con todas las consecuencias nos hace felices aquí y ahora y, en la hora final, llegaremos a ser plenamente dichosos. La sed de la Trinidad Santa nos abre como nada al campo de la exaltación y la felicidad, viviendo desde el Amor.