Cuántas veces ante el inédito cambio de época que estamos viviendo
surge en nosotros la sospecha de que hoy ya no es posible anunciar a
Jesucristo. La queja por no ser capaces parece haberse convertido,
desgraciadamente, en el carácter distintivo de la propuesta cristiana de
nuestro tiempo. Y, sin embargo, quién se ha encontrado verdaderamente
con el Resucitado en la comunidad cristiana sabe que todo tiempo es
propicio para anunciar el Evangelio, porque Jesucristo no es un mero
hecho del pasado, sino que es contemporáneo de la libertad de todos los
hombres de todos los tiempos. Cuando yo hago la experiencia de Cristo
como acontecimiento presente, llega a ser inevitable anunciarlo, porque no
anunció una idea o un discurso, ni tampoco pretendo ante todo la
observancia de una regla, sino que juego mi vida con esta presencia real,
eucarística, eclesial, que hace presente el acontecimiento decisivo de la
historia: la muerte y resurrección de Jesucristo.