La vida consagrada aporta un sabor especial a la vida cristiana y al caminar de la Iglesia. Es el aderezo necesario para que el seguimiento de Jesús esté en su justo sabor, el sabor mordiente. Sal que aporte un sabor nuevo. «Vosotros sois la sal de la tierra; si la sal se vuelve sosa, con qué la salarán; solo sirve para ser tirada fuera y que la pise la gente». Evidentemente, la vida consagrada no es la vida de la Iglesia, pero sí su sabor, o al menos lo que confiere un sabor especial. Pimienta que destaque su condición profética. La vida consagrada no está para templar gaitas; está para provocar, para despertar conciencias, para subrayar la radicalidad del seguimiento de Jesús. Optar por la vida consagrada significa abrazar el Evangelio con toda su mordiente, con pasión, con exageración.