La vida fraterna es una realidad positiva. Por este motivo, debe ser presentada desde el ideal comunitario que la nutre y desde la posibilidad real de ser puesta en práctica. Esto no excluye la necesidad de realizar un sincero examen de conciencia a nuestras comunidades a fin de evaluar si nuestra forma de vivir revela la Presencia del Amor que une y transforma a todos. La conversión o la renovación constituyen el verdadero punto de partida, si queremos desechar el individualismo y mostrar juntos la imagen auténtica y fraternal de Cristo. Es cierto que abunda la literatura sobre la experiencia espiritual individual y no tanto sobre la comunitaria. Incluso se acepta pacíficamente que la santidad comunitaria es consecuencia de la santidad individual. Sin embargo, una comunidad hecha de santos y pecadores, donde la solidaridad se convierte en estilo de vida, se manifiesta hoy como el modelo más coherente y eficaz para testimoniar la actualidad del Evangelio y su capacidad para ayudarnos a vivir como familia de Jesús, el Maestro y el Señor.