Para Juan Pablo II el libro de los salmos era la fuente ideal de la oración cristiana, un material del que brota la plegaria dirigida a Dios con toda su variedad de afectos, de adoración, de súplica, de agradecimiento, de petición de perdón... Con ellos quiere invitar a los cristianos a buscar el rostro del Señor, y a hacerlo presente en el mundo.