Amedeo Cencini afronta en este libro una reflexión
sobre la formación de la Iglesia en general (y la
de los sacerdotes en particular): el vínculo entre el
discernimiento y la sensibilidad. Dos realidades a
menudo desatendidas e incluso olvidadas.
El discurso sobre la sensibilidad humana y el
discernimiento remite al rostro de Dios, que se revela en
el ser humano, creado a su imagen y semejanza. Y así,
este, con una sensibilidad semejante a la suya, puede
regresar a la propia verdad originaria, libre para discernir
lo que es verdadero, bueno y bello.