Nuestro mundo se ha secularizado por haber olvidado el vínculo entre la
carne y el misterio. Pues es en el cuerpo donde el Dios cristiano ha querido
revelar su amor e invitarnos a abrazarlo. Por tanto, el interés de nuestra
época por el cuerpo, con todas sus ambigüedades, puede leerse como una
oportunidad para anunciar la salvación precisamente en ese lugar donde
Dios ha querido ofrecerla. La Cuaresma, además de regalarnos una palabra
sobre el cuerpo, nos invita a emprender un camino juntos para que el cuerpo
se exprese. Pues el cuerpo habla a través de sus deseos, sus acciones, sus
vínculos. Y por eso necesita de esas prácticas comunitarias en que los
deseos, acciones, y vínculos, se orienten hacia la plenitud última del hombre:
la unión con Dios. Lejos de negar la carne, las prácticas cuaresmales de
oración, ayuno y limosna quieren enseñarnos de nuevo el lenguaje del
cuerpo, capaz de abrir nuestras vidas hacia el misterio.