Los maestros saben más que antes, pero ¿saben lo suficiente en relación
con las exigencias de hoy? No sería muy arriesgado afirmar que, en general,
lo que predomina es una gran falta de talento y de dedicación al estudio. Si
estudiar es desvivirse y exige mucho esfuerzo cotidiano, ¿cómo sería
posible una enseñanza de calidad sin una cultura del esfuerzo?
Además, la cuestión no es únicamente si saben los maestros lo que exigen
los tiempos, sino si les gusta enseñarlo, si aman su vocación de maestros, si
disfrutan haciendo crecer, si son argumento de esperanza para la
humanidad.
Para que el magisterio alcance la condición de tal es preciso ir al alumno, a
su concreta existencia, ser con él estando con él. Si esto falta nos vemos
envueltos en una intolerable presunción, en una simonía. Pero será el
alumno quien diga quién ha estado con él, no los mentirosos idearios
propagandísticos de los colegios.