Los griegos ponían en la belleza y la bondad el ideal de la vida humana y el camino para alcanzar la felicidad. Un camino jalonado por las cuatro virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
San Pablo aconseja a los Filipenses que asuman lo bueno que encuentren en su ambiente, en su cultura. Claro que ya en la primera carta a los Tesalonicenses alaba otras tres virtudes que distinguen a los discípulos de Cristo: la fe, la esperanza y la caridad. Tres virtudes que caracterizan a toda persona por serlo. Pero el hecho de la Encarnación del Verbo de Dios transforma a las siete virtudes.
Después de un largo tiempo de descrédito, es hora que regresen a la enseñanza de la teología, a la catequesis, a la reflexión y a la vida cristiana. Para que nuestra vida sea realmente buena.