Samuel, el mayor de nuestros tres hijos, puso fin a su vida el 7 de mayo de 2001. Tenía veinticuatro años
En este libro no pretendo hablar del suicidio, de si es legítimo o no, de sus causas manifiestas u ocultas, de si las medidas que se toman para prevenirlo son adecuadas o insuficientes. Lo único que me motiva es el deseo de acompañar a las personas heridas por la muerte de un hijo o de alguien cercano, con el que hemos compartido una relación familiar o de amistad.
Me he animado a escribir esta obra después de superar fuertes resistencias interiores y porque muchos de los que me han escuchado en encuentros y conferencias me han insistido para que lo haga. He intentado dar respuesta de manera personal a la pregunta que todo ser humano se termina haciendo a lo largo de su vida: la muerte de tu ser querido ¿te encerrará definitivamente en la muerte, o te abrirá a la certeza de la única presencia que nada podrá jamás destruir?