«La paz esté con vosotros. Esta es la paz del Cristo Resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Viene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente». Son las primeras palabras de León XIV.
«La paz está en el corazón de las religiones, en sus Escrituras y en su mensaje
El plan de Dios es un plan de paz y no de desgracia
Volvamos a situar la paz en el centro de nuestra visión del futuro, como objetivo central de nuestra acción personal, social y política, a todos los niveles. Desactivemos los conflictos con el arma del diálogo», decía Francisco a los líderes cristianos y de las religiones del mundo reunidos en el Coliseo de Roma.
«El papado, especialmente desde Pío X, ha sido el centro más poderoso de la paz». Así escribió Igino Giordani en 1964, en una época de guerra fría, en la que se temía una tercera guerra mundial y pululaban los focos de guerra en muchas partes del planeta.
Si nos fijamos en la enseñanza de Jesús, es sintomático que, cuando habla del Reino de Dios, lo compare con un grano de mostaza, con la levadura que una mujer pone en la harina para hacer pan
Él sabe quiénes somos, conoce el alma humana en sus impulsos y en sus abismos, cuyas consecuencias también él tendrá que sufrir con una muerte atroz en la cruz
Jesús no nos invita a tomar las armas o a luchar contra gigantes in-destructibles, sino a hacer pequeños gestos, a «sembrar» la paz. Sembrar es un arte, re-quiere paciencia, esfuerzo, espera. Pero luego el grano de mostaza se convierte en árbol y la levadura hace un buen pan.
No nos resignemos a la guerra, cultivemos semillas de reconciliación; y elevemos hoy al Cielo el grito de la paz, de nuevo con las palabras de san Juan XXIII: «Todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhela-da paz» (Enc. Pacem in terris, 91).