Las Sagradas Escrituras, como el universo entero o los múltiples hipotéticos universos, no solamente físicos, sino también espirituales, poseen un mismo, llamémosle ADN constitutivo de toda la creación, que los hace participar de la naturaleza de su creador, que los ha destinado a su plenitud. Están escritas, podemos decir, en clave; hay una llave para abrirlas que nos permite penetrar en su significado, comprenderlas y acceder a su conocimiento profundo, no sólo racional, sino vital. Según la llave de que nos valgamos para adentrarnos en ellas, nos mostrarán un texto diferente; según las preguntas con las que nos acerquemos al texto, nos responderá de forma particular. Podemos prestar a cualquier persona la llave del amor de Dios para leer la Escritura, y si lee, por ejemplo: Ahora mi alma está angustiada; mi alma está triste hasta el punto de morir, el texto se transformará en: Te amo hasta el punto de morir de tristeza y de angustia por ti. Pero si ponemos esta llave en su corazón por la fe en Jesucristo, el texto se transformará de nuevo en: El Señor me ama, hasta morir de tristeza y de angustia por mí. Estas páginas, nos transmiten una contraseña personal de acceso a las Escrituras, invitándonos a experimentar, entrar en resonancia o sintonizar en la misma frecuencia en la que han sido plasmadas, a través de una sincera profesión de fe. Un testimonio personal y por tanto subjetivo, del encuentro con el más bello de los hombres, en cuyos labios se derrama la gracia, como dice el salmo.