Las palabras no están hechas para permanecer inertes en los libros,
sino para poseernos cuando las leemos y así recorrer el mundo en
nosotros.
Como destellos de fuego nos alcanzan, nos invaden, y habitados
por ellas recorremos los caminos de la vida, contagiando a los
demás la fuerza de su mensaje.
La Biblia no está hecha para espíritus en busca de ideas. Está
hecha para discípulos que quieran obedecer. Sus palabras hay que
escucharlas al borde mismo de donde salen, en su simplicidad
abrupta, desprovista de todo comentario. Después, en un segundo
tiempo, vendrán las confrontaciones con las glosas y traducciones.
Pero tiene primacía el contacto directo con el texto y el hacerlo
vida en su simplicidad.
Desde esta óptica, os invito a componer hoy un tejido vivo de
fecundo servicio a la Iglesia, partiendo de la escucha atenta a Dios
en la Biblia, y en esta ocasión escuchándole en el relato de José y
las vicisitudes por las que pasa en su historia.
Cada página de este libro quiere ser un pequeño riachuelo que
aporte nueva frescura al gran río del relato de la historia de José, el
hijo de Jacob.