Rigurosa y esperanzada llamada de atención a los cristianos, Torelló compromete sus mejores dotes de psicólogo y pedagogo, su incansable optimismo, y la extraordinaria lucidez de sus argumentaciones, en una reflexión que dialoga sin cesar con el pensamiento del siglo XX y que abarca todos los aspectos de la familia cristiana: el papel del padre en la actualidad, la honorabilidad específica de la mujer, la sexualidad y la castidad, la personalidad del no nacido, la crisis del adolescente y la dignidad de la persona anciana, entre otros, todo ello bajo el común denominador del amor como experiencia de transformación personal y social, y de la imperiosa necesidad de reorientar la educación hacia el horizonte de la virtud y la trascendencia del ser humano.