La forma o el estilo con que el cristiano está en compañía de los hombres es determinante: del "cómo" depende la misma fe, porque no es posible anunciar a un Jesús que narra a Dios con mansedumbre, humildad y misericordia, y hacerlo con un estilo arrogante o intransigente, haciéndose valer y alardeando de fuerza numérica. La fe no es cuestión de número, sino de convicción profunda y de grandeza de alma. Del estilo de los cristianos en el mundo depende la escucha del Evangelio y su acogida como buena o mala comunicación y, por consiguiente, como buena o mala noticia.