La vida moral es también expresión práctica de la gracia divina, y por eso necesita conectarse con la dimensión teologal y espiritual. Por su parte, la espiritualidad ha de encontrar los cauces adecuados para interpretar y expresar el compromiso intramundano. Ambas perspectivas son constitutivas de la vida teologal cristiana, y permitir que se encuentren y "co(i)nspiren" es una obligación irrenunciable a la que también deben ayudar los teólogos.