El cristianismo de Jesús de Nazaret es tanto un proceso de divinización como de humanización: en unidad irompible por cualquiera de los extremos. Teresa de Jesús ha sido, y debe seguir siendo, un punto de referencia para este ansamblaje, pues nadie como ella -especialmente a través de su Epistolario- ha afirmado con tanta seriedad la humanidad de Dios, y el compromiso enorme que ello implica: ser tan divinamente humano, como humanamente divino.