Arellano Hernández nos comparte en estos versos una bella y personal
contemplación de la Pasión. Contemplación de alguien con corazón de poeta
en fecundo diálogo con otros trovadores de las letras hispanas;
contemplación de un hijo de san Ignacio, de quien mil veces ha entrado en
las escenas evangélicas «como si presente me hallase». Contemplación de
un Adorador Nocturno que, de rodillas ante la Eucaristía, actualiza y revive
los misterios de la vida de Cristo. Pero, sobre todo, contemplación de un
devoto del Corazón de Cristo que ve en la Pascua del Señor la gran obra del
Amor victimado y ofrecido por nosotros. Una delicia literaria y devocional que
nos introduce por los caminos de la Belleza en la búsqueda de Dios.