Los carismas fundacionales, los que han dado origen a tantas instituciones
religiosas y a muchas Familias carismáticas, ¿pueden ser transmitidos
a los laicos, sin que estos tengan que hacerse miembros del instituto
religioso correspondiente? ¿Y quién puede transmitir el carisma sino el
Espíritu Santo, que es su autor? ¿Cuál será el papel de la vida religiosa,
como mediadora del Espíritu, para dar continuidad a los carismas fundacionales?
¿Y qué consecuencias tendrá para ella misma y para los destinatarios?
Estas preguntas están en el trasfondo de la reflexión vertida en
estas páginas.
La vida religiosa cuya función mediadora se pondrá aquí en evidencia
es la que hoy aparece señalada por la reducción, la que está amenazada
incluso por la desaparición y la muerte. ¿Qué capacidad puede tener para
infundir el espíritu de una nueva vida a otros creyentes? ¿O será, tal vez,
la búsqueda resignada de una suplencia fácil para continuar las obras que
ya el personal religioso es incapaz de mantener? También estas preguntas
están a la vista en la reflexión que aquí se ofrece.
En la búsqueda de respuestas, el libro de Isaías nos ofrece luz y claves
para reconocer la misericordia creadora de Dios, capaz de producir
nuevos caminos en el desierto y hacer prodigiosamente fecunda a la que
era estéril.