La sensación de que la Iglesia debe renovarse es una constante a lo largo
de su historia, pues en su vida concreta no reproduce de manera exacta el
ideal evangélico y tampoco se encuentra en total sintonía con el mundo en
el que vive.
Sólo desde Dios y con el deseo de convertirse y acercarse a Él es posible
una renovación auténtica y eficaz. La aportación de la Iglesia al mundo
se sitúa en este orden teológico y espiritual. Este principio teológico, base
de la verdadera reforma, ha de completarse con la apertura a los anhelos
y sufrimientos del mundo, el discernimiento del sentido de comunidad y
la integración de la tradición, auténtica objetividad teológica alentada por
el Espíritu Santo.