El ansia por conquistar una felicidad plena es un anhelo universal. Aunque no siempre apuntamos en la dirección acertada. Por ejemplo, nos imanta con tal intensidad el ardor por esa felicidad absoluta que, con frecuencia, nos distrae para disfrutar apaciblemente de los buenos momentos de una ajetreada jornada habitual. Y, sin embargo, con la suma acumulativa de esos posibles plácidos instantes, lograríamos tonificar el ánimo hasta convertirlo en el humus propicio para encuadrar, siempre en clave de felicidad, las ilusiones y los desencantos, los esfuerzos y las venturas, los bríos y los desalientos, las grandezas y las miserias., y el estrés, inherentes a la existencia humana.