Job: una persona justa, íntegra y recta a la que, en la plenitud de su felicidad, le sobreviene una gran desventura que no tiene explicación. Hoy, como en tiempos de Job, se sigue buscando un motivo para la desventura; cuesta pensar que a un hombre o una mujer les pueda sobrevenir la ruina sin tener ninguna culpa.
«Sentado en un montón de estiércol, Job llega al punto más bajo de la condición humana, a las periferias existenciales más apartadas. De rico y poderoso, se vuelve desventurado e impuro, intocable. Esta es la triste suerte de empresarios, directivos, trabajadores o políticos que, caídos en desgracia, se encuentran empobrecidos
y acaban fuera de las murallas, marginados y alejados de clubs, asociaciones y círculos, sin que nadie los toque para no contagiarse de su ruina.
Pero Job no maldijo a Dios. Siguió siendo justo. No hay mayor gratuidad que la de quien espera y quiere que Dios exista y sea justo, aun cuando en su vida personal ya no vea signos de su presencia ni de su justicia».
El libro de Job no es solo un gran tratado de ética para salvarse en los tiempos de las grandes pruebas. Es también un texto que nos muestra un rostro más humano del Dios de la Biblia, un Dios que muchas veces calla para hacer sitio a la responsabilidad del hombre.