Para iniciar nuestro estudio de la filosofía hegeliana está bien recordar su importancia. Para ello nada mejor que traer a la memoria aquella célebre valoración que Zubiri hiciera sobre la obra de Hegel: «la madurez intelectual de Europa es Hegel. Y esto, no sólo por su Filosofía, sino por su Historia y por su Derecho. Lo que confiere a Hegel su rango y magnitud histórica en la Filosofía es justamente ese carácter de madurez y plenitud intelectual que en él alcanza la evolución de la Metafísica, desde Parménides a Schelling. Por eso, toda auténtica Filosofía comienza hoy por ser una conversación con Hegel: una conversación, en primer lugar, de nosotros, desde nuestra situación; una conversación, además, con Hegel, no sobre Hegel, esto es, haciéndonos problema, y no solamente tema de conversación, de lo que también para él fue problema.»
Estas afirmaciones zubirianas señalan de manera clara el lugar de Hegel en la historia de la filosofía y al mismo tiempo su lugar en la actualidad. Hegel sigue siendo el último gran filósofo sistemático, que ha forjado el último sistema filosófico, después del cual no se ha hecho más que balbucear ante él (según la expresión de Adorno), discutiendo y criticando aspectos y cuestiones, poniendo incluso en tela de juicio el fundamento y la posibilidad de la filosofía, pero en todo caso sin poder contraponerle nada semejante ni quizás a su altura. Precisamente a partir de él se ha forjado esta manera de abordar su filosofía llamada «crítica inmanente», que tanto practicaron los «jóvenes hegelianos» y también Adorno, consistente en criticar a Hegel partiendo de sus mismas posiciones. Se puede afirmar que toda la filosofía que se ha practicado después ha tenido su sistema como referencia, siquiera como aquella contra la que se reacciona. O dicho en términos positivos, todo lo que de grande ha crecido en filosofía después de Hegel ha tenido que ver con su filosofía.