«La creación entera es cuerpo de Cristo» (José Ramón Busto). Al asumir la naturaleza humana por la encarnación, el Logos divino ha entrado en comunión con todo lo humano e histórico. La naturaleza humana ha quedado impregnada de lo divino. Lo humano y lo divino han quedado entrelazados, fundidos, en la unidad personal del Logos, en la hipóstasis divina de Jesús. Lo absoluto ha devenido contingente y caduco. Algunos místicos hablan de una especie de maridaje, de comunión nupcial, entre lo humano y lo divino, entre el cielo y la tierra. Se han roto las distancias y han surgido las alianzas. Más aún, desde ese momento, la humanidad perdida por el pecado ha recibido el soplo revitalizador del acercamiento, la comunión y la reconciliación. Como aseguraba la tradición patrística, todo lo asumido ha quedado salvado. Salvación que, en la dinámica del misterio de Cristo, quedará sellada, coronada y ratificada en la resurrección pascual de Jesús, cuando el Padre corone de gloria al Crucificado.