Agustín puede considerarse sin duda un gigante del pensamiento y uno de los padres reconocidos de la cultura occidental, pero fue también y sobre todo un hombre totalmente inmerso en la realidad de su época, agudamente consciente de los mil problemas que la afligían. Siempre trató de entrar en diálogo con la complejidad de su tiempo, convirtiéndose en interlocutor de una inquietud con la que él mismo se había enfrentado primero. El carácter esencialmente dinámico de su reflexión, tan sensible y reactiva a los cambios de circunstancias y a las cuestiones que se planteaban en cada momento, se ofrece naturalmente como modelo para las preguntas y dudas del hombre moderno, ya sea creyente o no creyente.