En la vida religiosa, lo primero ha sido siempre buscar a Dios. Lo hemos buscado en muchos nuevos intentos de hacer más transparente su rostro y de vivir de cara a El en nuestra contemplación callada y en nuestras actividades más comprometidas. Pero, sin duda, donde hemos hecho el descubrimiento mayor de nuestra búsqueda de Dios ha sido en el compartir generoso de nuestra presencia sencilla entre los últimos de la sociedad, entre los pobres y marginados de la historia. Al hacer el recorrido en nuestras ciudades, tan segregadas, y trazar el itinerario hacia las periferias, nos hemos descubierto caminando hacia el mismo corazón, pobre y humilde, del Señor.