No es difícil hacer feliz a un niño, basta con llevarle a un McDonalds
o dejarle jugar con la PlayStation todo lo que quiera. Eso le hará feliz
(ahora), pero ese no es nuestro cometido: es mucho más importante
equiparle con las herramientas necesarias para desarrollar una vida
plena y completa. Y para ello hay dos ingredientes muy simples, unos
principios universales. Todos los grandes autores orientales, la literatura
clásica y los libros religiosos más importantes señalan las cualidades
atemporales de la buena educación:
Los niños precisan de una comprensión nítida de lo que está bien,
basada en un razonamiento claro y un profundo respeto hacia los
demás; valores o conciencia, si prefieres ese término.
Estos valores, a su vez, son el fundamento de unos hábitos de conducta
responsable bien cimentados.
El carácter de tu hijo es un manual para ayudarles a desarrollar buenos
hábitos. No es una lista de trucos al azar, sino un marco de trabajo
práctico para una educación sensata. En el proceso educativo, los padres
también deben estar dispuestos a evaluar su propio carácter y su
forma de educar. Sería hipócrita esperar que los hijos mejoren si los
padres no vemos la necesidad de afinar la puntería.