Partiendo de una experiencia espiritual
personal, el autor subraya la existencia
de unas leyes espirituales universales
en las que todos podemos descansar
plenamente seguros. La más elevada de
todas ellas es la del amor incondicional,
que debemos practicar tanto con nosotros
mismos como con los demás. Y ofrece un
instrumento privilegiado, el simple arte de
bendecir.