Nunca como en nuestros tiempos ha sido necesario explicitar la profunda
belleza de nuestros cuerpos en su masculinidad y feminidad, la belleza de la
sexualidad inscrita en nuestro ser, la belleza de la propia unión sexual como
signo e instrumento para realizar el don total de sí por amor (matrimonio), la
belleza del cumplimiento del sentido esponsal del cuerpo en el celibato y la
virginidad, la belleza del destino final de nuestros cuerpos, cuerpos de gloria
(
). Es lo que Juan Pablo II ha hecho con su Teología del Cuerpo: sacar a la
luz toda esa belleza, para que, alcanzados por la fuerza de su verdad, conmovidos,
caigamos de rodillas ante lo verdaderamente bueno, y queramos
vivir esa vida que se nos ofrece. Descubriremos entonces la verdad inscrita
en nuestros cuerpos por un Dios que es Amor.
Belleza, moral, verdad: este es el camino a recorrer, y no el inverso.