Orar se ha convertido en una de las actividades más difíciles que existen. Para muchos, poco menos que imposible.
Sorprende, con todo, que a lo largo de la historia los seres humanos hayan rezado de manera natural. Bastaba con alzar los ojos para que pensamiento y palabra ascendieran al cielo como ofrenda confiada de la propia vida.
Pero hoy hemos olvidado cómo se reza. Anhelamos hacerlo, aunque enseguida experimentamos la dificultad de conectar con el Ser que nos desborda y trasciende. Intuimos que, silenciosamente, Él habita cada rincón de la realidad, y soñamos que si se hiciera presente, acudirá de inmediato a nuestros labios la plegaria.
Sin embargo, orar tiene que ser algo sencillo, cuyo secreto se encuentra más próximo a la acogida que al esfuerzo de la voluntad.