El significado, el alcance y la inspiración que provoca la palabra, tiene un impacto tan
poderoso que es capaz de transformar la mentalidad, incidir en los sentimientos y, con ello,
mover a la acción de quienes atienden a un discurso. Para dominar este arte, es preciso
desarrollar y gestionar una destreza, que entraña una alta dosis de habilidad, la cual cobra
brillo de la mano de diversas técnicas, pero especialmente, de la práctica esmerada y
continua. Hablar en público es un ejercicio que compromete a la inteligencia y voluntad,
pues en la medida que nuestras potencias están implicadas, dan cauce a una diversidad de
reflejos que gobiernan a los sentidos y al movimiento.