N o he visto en mi vida un libro que se pueda parecer al libro
que aquí presento. Porque es un libro que, dirigido a las
más diversas situaciones, grupos y profesiones que hay en
el mundo en que vivimos, en realidad y sobre todo en su
profundidad, este libro se fundamenta y adentra sus raíces en el fondo y
el eje del Evangelio.
Las 158 Cartas que contiene este libro, no son documentos narrativos
para informar al lector. Ni son mandatos o prohibiciones, ni siquiera
consejos o argumentos redactados con la intención o el proyecto de que
quien lea estas Cartas pueda o tenga que ser una persona más religiosa,
más espiritual, más piadosa, más creyente en Dios y más respetuosa
con lo sagrado y lo divino. Puede ser, por supuesto, que quien lea estas
Cartas deduzca de ellas algo o incluso mucho, muchísimo de lo que
acabo de insinuar. Pero a mí me parece que el fondo del libro, que estoy
presentando, es mucho más hondo y va indeciblemente más lejos de
cuanto yo he dicho o pueda decir.
Es notable que este libro venga a ofrecernos cartas, que no provienen
de las catedrales o las universidades, de los conventos o de los centros de
espiritualidad, de los palacios episcopales o de las curias clericales. De
manera sorprendente, a Nicolás Castellanos se le ocurre escribir 158 cartas
desde las periferias. O sea, se trata de un notable conjunto de cartas que
no vienen del centro, sino de distintos espacios que rodean el núcleo. De
forma que bien podríamos decir que este libro nos sitúa en lo marginal o,
en no pocos casos, orienta al lector hacia la marginalidad. Por eso, en este
libro, salen enseguida a relucir los pobres, los nadies, los enfermos y los
discapacitados, las víctimas de la sociedad, los emigrantes, los ciegos,
la cuestión social obrera, la depresión cultural o los Movimientos
Populares. Incluso cuando las cartas se dirigen a colectivos que tienen
una presencia central en la sociedad, Nicolás Castellanos destaca su interés
en lo que hay o tendría que haber de marginal y periférico en todo ser
humano y, sobre todo, en lo que nos humaniza a los mortales. No cabe
duda: este obispo es un hombre genial.