Tenemos que caer rendidos, una vez más, ante esta escritura nada frecuente en las letras actuales: riqueza interior, filosofía de la vida, repertorio de palabras que, a cada tanto, nos maravillan. Sabemos siempre de qué habla Bobin y, sin embargo, con la misma frecuencia nos enfrentamos a lo inesperado de esta escritura honda: «No era una historia. No ocurría nada. Sólo el viento, las brumas satinadas del amanecer, el rastro dorado de las estaciones. Racimos de niebla o de lilas en la esquina de la ventana. Salíamos muy poco, y a menudo para escapar de la ciudad, para ir al campo y mirarnos allí como en un espejo, para ver en los árboles, las hierbas y las aguas el progreso de nuestro amor».