Albert Vanhoye nos invita a acoger el amor de Dios en sus diversas formas y dimensiones: en nuestra oración y en nuestro corazón, en nuestras relaciones, en nuestras alegrías y en nuestras penas. Y nos guía para que lo acojamos, en primer lugar, con inmensa gratitud, como un don admirable, y después, de forma activa, con el dinamismo que se nos comunica para transformar nuestra vida y el mundo que nos rodea.