Tras finalizar la Primera Guerra Mundial y la consiguiente derrota de los imperios centrales, el último emperador de Austria, Carlos de Habsburgo, tuvo que abdicar y exiliarse junto con su esposa la emperatriz Zita por diversos países de Europa. La prematura muerte de su marido le impuso la obligación de cuidar y preocuparse del futuro de sus hijos de modo personal y con poca ayuda. La profunda formación cristiana que había recibido fue su baluarte para sobreponerse a las difíciles circunstancias.