La modernidad irrumpió en occidente cuestionando radicalmente el papel
que la tradición y la autoridad poseían hasta entonces determinando el
destino de las personas. A partir de ese momento fue la autonomía y la dignidad
de la persona, la libertad y la aspiración a un mundo igualitario lo que
se impuso como ideal colectivo. Valores todos ellos que encuentran en la
fe cristiana una resonancia y una legitimidad fundamental. Pero no fue fácil
asimilar las transformaciones profundas a las que todos estábamos convocados
desde la irrupción de esa modernidad. El Concilio Vaticano II supuso
un formidable intento de abrirse a esos nuevos aires mentales y transformaciones
sociales ya imparables. Pero sabemos que las resistencias no
dejaron de jugar un papel en el empeño por mantener los antiguos moldes.
Hoy, con el papa Francisco, de nuevo parece abrirse un nuevo horizonte
para que el sentir y el vivir de los cristianos pueda tener una voz respetable
en este mundo en el que estamos llamados a proclamar el Evangelio.
Una nueva espiritualidad tiene que abrirse paso en la apertura valiente
y a la vez crítica de las variables fundamentales que juegan en nuestro entorno
sociocultural. El diálogo interreligioso, una antropología integradora de
espíritu y materia, unos nuevos modos de situarse frente a la tradición y la
autoridad, un empeño decidido en luchas contra todo tipo de desigualdad
fuera y dentro de la Iglesia, un compromiso decidido por los derechos de
la mujer y un despertar al grave problema del medio ambiente son algunos
de los aspectos que en el presente trabajo se abordan. Todo desde el convencimiento
de que sólo con poner de nuevo los ojos en Jesús será posible
dinamizar una genuina espiritualidad cristiana.