Su prolongado contacto con los místicos cristianos, junto con la conciencia de la necesidad de un estudio in-terdisciplinar sobre este tema, había convencido al autor de lo complejo que resultaba llevarlo a cabo. Por eso subraya siempre lo imprevisible y singular del proceso místico cristiano: iniciativa del Dios personal, conocido y alcanzado ante todo a través del amor. Y por ello evita todo intento de una presentación sistemática de la vida mística, de una teoría general, o de una definición apriorística porque siempre habrá que partir del dato expe-riencial inherente a su carácter dinámico. Por fin, aunque el P. Bernard ha limitado aquí su estudio a la mística reconocida por la Iglesia Católica, la lucidez de sus análisis le permite hacer numerosas referencias esclarece-doras al Oriente cristiano y a los místicos no cristianos.