En mayo de 1921, en el hotel Savoy de Nueva York, Lluís Plandiura, empresario del azúcar y coleccionista de arte, vende las pinturas románicas de Santa Maria de Mur al museo de Bellas Artes de Boston. Antes había contratado a unos expertos italianos para que las arrancasen de los muros de la iglesia mediante la técnica del strappo. Cuando la Junta de Museos toma conciencia de que las pinturas salen del país para no volver, emprende una cruzada a fin de preservar los frescos que aún quedan en los templos románicos de pueblos casi olvidados del Pallars y el valle de Boí.