En las páginas del Evangelio se esconden tesoros, unas veces más ocultos, otras más visibles. En cualquier
caso es necesario buscarlos; levantar un borde, abrir y estirar el lienzo para descubrir el brillo de esa joya.
En el núcleo de la fe cristiana late la convicción de que toda persona es creada por Dios como única e irrepetible.
Crece y es educada de un modo único, conducida a la plenitud del Espíritu Santo que es el artista divino. Si
esto es así, ¿cómo habrá sido el trato de Cristo con cada una de las personas con las que se encontró? ¿Cómo lo
habrán vivido ellos, hasta qué punto se habrán sentido comprendidos y conocidos? A lo largo de estas páginas
encontramos rasgos de esa exclusividad.