MANGLANO CASTELLARY, JOSÉ PEDRO
El cristianismo es la religión de la carne: no creemos en un Dios,
sino en un Dios hecho carne. Y esperamos que nuestra carne
resucitará. Estas afirmaciones no son artículos para hacer bulto en
un Credo: dan una intensa luz acerca del camino y fin de nuestra
existencia.
¡Somos de carne y somos grandes! Dios nos quiere así, santos de
carne, disfrutones de los placeres de este mundo. La vida cristiana
recorre un camino de transformación de nuestro «cuerpo de
muerte» en «cuerpo de gloria», pero es siempre amante del
cuerpo. La vida con Dios no nos aleja del cuerpo, no espiritualiza a
los santos en un proceso de desencarnación, sino que nos hace
muy humanos, en una progresiva transfiguración e integración de
toda nuestra realidad. Si el pecado separó carne y espíritu, la
redención nos devuelve la unidad.
Con la fuerza de la resurrección, los cristianos descubrimos el
núcleo espiritual que reside en cada realidad material: el alma
envuelve al cuerpo; nuestro cuerpo se va transfigurando y el
mundo deja de ser pesado; disfrutamos de todo y nada nos
esclaviza; amamos todo y no necesitamos nada; somos del mundo
y vivimos como extranjeros...
Por toda la eternidad disfrutaremos de Dios con los cinco sentidos:
le veremos y escucharemos, le oleremos y tocaremos, gustaremos
de Él... Nuestro cuerpo será glorioso, sí, pero de carne. ¡Carne
gloriosa!