Bajo la gruesa capa de ceniza de nuestro catolicismo
hay
todavía un rescoldo vivo, unas brasas que hay que avivar,
recuperando y agradeciendo
el sentido de nuestra unción
bautismal.
Preguntémonos de qué manera podemos renovar
e
intensificar nuestra presencia en el mundo y nuestra
misión evangelizadora porque, aunque por la edad disminuyan
las tareas, el encargo de Jesús (cf. Mt 28,19)
permanece siempre, impulsándonos
a vivir de manera
estimulante esta etapa
que la sociedad contemporánea
llama tercera y cuarta edad. Podemos ser personas mayores,
pero no viejos de corazón. Hemos de admirar y
agradecer a tantas personas
anónimas que, en la sencillez
de su entorno, en el silencio y en el anonimato,
continúan estando
a pie de obra, cuidando al enfermo,
atendiendo al necesitado, acompañando al abandonado,
acercándose al excluido.
Jubilados o no pero, hasta el último día, llamados
a vivir
en la perspectiva de quienes quieren entender el mundo
y la historia desde Jesús Siervo.