Rafaela Ybarra de Vilallonga nació en Bilbao y entre las calles de la villa encontró el camino que le llevó a primera linea de la santidad. Su vida está fuera de guión. Siendo madre de familia numerosa fundó la Congregación religiosa de los Ángeles Custodios, dedicada principalmente a la educación de la mujer.
Como dama de la alta sociedad, acudía a dar limosna a los pobres con finos guantes de seda para no mancharse las manos, hasta que se dió cuenta de que ese no era el camino para ayudar a los necesitados. Cambió sus trajes de seda por ropa humilde y, al margen de lo que se esperaba de ella, se dedicó a atender principalmente a la infancia y juventud femenina. Bilbao era el Dorado, todos acudían en busca de trabajo. Y en esa búsqueda, muchas jóvenes se perdían. Rafaela -con cocineras, doncellas y chofer en su casa- entró en el mundo oscuro que nadie quería ver: cárceles, hospitales con enfermas de sífilis y burdeles. Ella misma recogió a mujeres-niñas que, en la búsqueda de un trabajo digno, se habrían extraviado dentro de las redes de la prostitución.
Su fortuna la dedicó a los más necesitados. Su marido, presidente de Altos Hornos de Vizcaya, solía decir: "No tengo que preocuparme de dónde pongo mi forutna, mi mujer la tiene guardada en el mejor banco: el cielo".