Por primera vez en español, una amplia selección de los finos y a veces «asilvestrados» pensamientos de una mujer singular, Augusta Amiel-Lapeyre, que, anotados a lápiz en pequeños cuadernos, vieron la luz a principios del siglo XX. Las máximas, tan penetrantes como llenas de humanidad, emoción, ironía y tristeza, forman un conjunto armonioso en su variedad. Fueron destiladas a lo largo de una sosegada vida en el campo, en el sur de Francia, desde donde París se veía como algo ajeno, bullicioso y frívolo, que, sin embargo, era la fuente de todo prestigio. En una crítica de 1914, leemos, como si fuera hoy: «¿Quién es ese modesto autor, ¿A. A.-L.? Se trata de una mujer, evidentemente. [...] Una mujer de mente equilibrada, clara, profunda, que reflexiona, que piensa noblemente y que no escribe más que lo que piensa, con una sencillez perfecta, una propiedad en los términos y unos hallazgos expresivos que dejan en el corazón como una reverberación prolongada. No se puede analizar un libro de pensamientos. Hay que leerlo. Este es una excelente guía para la meditación. A quienes, en la vana disp