Cuando afrontamos la semana esperando solo el sábado y el domingo, parece que el resto de días carecen de sentido. Por eso, necesitamos meter el miércoles como día del espectador, nos hemos inventado los juernes para salir de fiesta y odiamos los lunes. Los instantes que no son momentos felices pasan a ser momentos absolutamente infelices. Un sentido de la vida reducido a momentos vuelve infelices el resto de situaciones de la vida. La felicidad no pueden ser instantes.
	La vida se usa y se disfruta, y al hacerlo, de manera inevitable, se gasta. No hay forma de guardársela. Nos quema en las manos. Tanto si la usamos para ayudar a otros como si nos centramos en nosotros mismos, la vida se gasta igual. Y solo tenemos una. Pero esto gozaría de sentido si es para algo, si la empleamos en un fin que haga que todo en ella merezca la pena. ¿Hemos encontrado nosotros un fin que justifique toda nuestra vida? ¿Por qué y para qué existimos? ¿Y si en lugar de conformarnos con pequeños objetivos que pronto quedarán atrás, te atrevieras a buscar esa meta verdadera?