Esta obra se centra en el último período de la relación de Miró con la isla de Mallorca. Un entorno que le ofreció su luz, el azul del Mediterráneo y la calma del tiempo. Así, a una edad avanzada y siendo un pintor consagrado, Miró abrió las puertas a una nueva actitud plástica; a nuevos planteamientos y retos.