La obra de Ludwig Wittgenstein es el producto de un
pensamiento riguroso y de una imaginación brillante, y sólo
puede ser comprendida en todo su alcance analizando la
relación entre su filosofía y su vida. Wittgenstein nació en
1889, hijo de una de las más acaudaladas y cultas familias de
Viena, de origen judío pero convertidos al catolicismo, y cuyos
miembros eran triunfadores o suicidas; en esta compleja
matriz familiar podemos rastrear el origen de su intensa y
siempre presente preocupación por problemas éticos,
espirituales y culturales.
Su trayectoria como filósofo comienza tras su encuentro con
Bertrand Russell en Cambridge, y su trabajo en esta
universidad culmina en el Tractatus Logico-Philosophicus,
celebrado en la actualidad por los positivistas lógicos, quienes
a veces nos hacen olvidar su intenso contenido místico.
Wittgenstein terminó esta obra al final de la Primera Guerra
Mundial, contienda en la que su experiencia como soldado le
enfrentó al sufrimiento humano en una medida tal que le
marcó para siempre. Convencido de que su libro había
resuelto todos los problemas tradicionales del objeto de su
investigación, abandonó la filosofía y se dedicó a la enseñanza
en escuelas rurales de Austria, donde se vio envuelto en serias
dificultades de índole profesional y personal.
Tenía ya más de cuarenta años cuando decidió regresar a la
vida académica y a la filosofía. La radical reelaboración de su
pensamiento anterior, cristalizada en la obra publicada
después de su muerte con el título de Investigaciones
filosóficas, ha ejercido una influencia decisiva en la filosofía
actual. Ray Monk, saludado por la crítica como un renovador
del género biográfico, ha podido consultar por primera vez los
archivos de Wittgenstein, sus papeles y sus diarios, escritos en
código, y que despejan las incógnitas sobre la mistificada vida
sexual del filósofo.